Un hogar hostil pero moderno: «Mi tío», Jacques Tatí, 1958.

The text discusses the dichotomy of old and new as depicted in the comedic film «Mon Oncle.» The protagonist Monsieur Hulot’s struggle with modern items embodies this tension. The movie reflects the ongoing conflict between the bohemian and bourgeois worlds, and critics the modernist trend in architecture. Artists like Hundertwasser and the film’s protagonist share a dislike for the «rationalist architecture.» The article concludes by highlighting the differing interpretations of abstraction among artists and their resistance to stagnation.

Arriesgaré una definición preliminar: el mundo es la suma de los objetos consolidados, es decir, la suma de lo reconocible. Una postura estética conservadora es, en tal sentido, la que pretende la transmisión perfecta del mundo. Ese punto de vista considera que el mundo es virtuoso tal cual, y que, en consecuencia, es mejor no introducir ningún cambio. Equipara lo humano a lo antiguo (1979, Tatí: «…prefiero vivir en un barrio antiguo y humano») y opone resistencia a la novedad estética.

«Mi tío» es una película cómica que trata de los problemas de monsieur Hulot con los nuevos objetos del siglo XX (con la novedad formal impulsada por las vanguardias artísticas). Los objetos de nueva plástica que la industria de la segunda mitad de siglo ha acabado incorporando a su catálogo por influencia directa del Vjutemás y de la Bauhaus, escuelas vanguardistas de diseño en cuyas nóminas figuraron algunos de los artistas más importantes del movimiento abstracto: Johannes Itten, Paul Klee, Josef Albers, Lazlo Moholy-Nagy, Wassily Kandinsky, Theo Van Doesburg, Kazimir Malévich, Aleksandr Ródchenko, Lyubov Popova, El Lissitzky.

Hulot nos hace reír porque podemos identificarnos fácilmente con su torpeza (y también mostrarnos condescendientes con ella). Nos hacen gracia las dificultades que le ocasionan todos estos muebles y cacharros de diseño de los que se empieza a rodear, con los que se empieza a distinguir, desde mediados de siglo, la burguesía.

Un enfrentamiento clásico. Lo viejo contra lo nuevo. Lo antiguo contra lo moderno. Aunque lo antiguo esté representado en la figura del bohemio monsieur Hulot y lo moderno en su opuesto, la familia burguesa de su hermana, madame Arpel.

Lo bohemio, podríamos decir, es el yang dentro del ying de lo antiguo que en este filme se prevé a punto de extinción: la vieja ciudad francesa con sus boulevards, sus casas de pequeña vecindad (con portería y portera), los mercadillos, las tascas y la vida en la calle.

La arquitectura y el mobiliario moderno, aunque al servicio de una vida incomunicada, son el ying dentro del yang, representado en este caso por el universo burgués, la ética protestante del trabajo que reduce el ocio a las magras posibilidades del hogar, cuya realización ideal es el chalet, la vivienda unifamiliar. Las fantasías formales que los artistas de vanguardia (bohemios pero modernos), ponen, por medio del diseño, al alcance de las adineradas clases gestoras (modernas pero burguesas). Para fastidio de monsieur Hulot (bohemio pero anticuado).

El filme de Tatí es un filme fronterizo. Muestra un mundo (y las figuras que lo pueblan) a punto de desaparecer, la ciudad vieja. Muestra a alguna de las viejas figuras de ese mundo incursionando en el mundo de reciente construcción, los nuevos barrios, las nuevas industrias, que amenaza con arrasarlo todo. Incursión con consecuencias a la vez catastróficas y cómicas (nos reímos inevitablemente de la calamidad).

Monsieur Hulot haciendo noche en la casa de su hermana.
Monsieur Hulot haciendo noche en la casa de su hermana.

La elegante comicidad del filme proviene de la falsa superioridad del espectador sobre los tópicos de ambos mundos, ingeniosamente puestos en escena por el genio de Tatí.

Recordemos el famoso gag de la cocina. Dependencia doméstica de la mayor importancia que desde los tiempos de la Bauhaus había aspirado a lo imposible: la ausencia de humo, de grasa (e incluso de comestibles). Espacio para el que se pretende la blancura de la camisa de una puritana y la limpieza de un quirófano.

En la misma línea el desencuentro general de Hulot con el resto del mobiliario de su hermana. Objetos en los que parece prevalecer la expresividad sobre la función (o la función expresiva sobre las demás), con las lógicas consecuencias.

Y, finalmente, la ultramoderna factoría donde se fabrica una especie de tubo continuo de plástico (¡qué puede haber más abstracto que aquella ilimitada manguera coloreada, sin utilidad inmediata, incesantemente vomitada por unas resoplantes máquinas extrusoras!). No podía ser de otra manera, el primer y único día de trabajo de Hulot en la empresa de su cuñado acaba también en catástrofe.

El escepticismo total de Hulot hacia lo nuevo es lo que provoca, en cierto modo, el mal funcionamiento de los objetos y las máquinas. El escepticismo convoca la disfunción, lo que a su vez retroalimenta el escepticismo. Lo nuevo, lo moderno, que es abstracto, requiere de convicciones fuertes, de perseverancia (hasta que quede dominado, hasta que lo nuevo pueda pasar a antiguo).

Para el gran filósofo del arte, Wilhem Worringer, la abstracción era un síntoma plástico de aquellos períodos de la humanidad caracterizados por una marcada ausencia de empatía hacia la naturaleza (como la Edad Media). La proliferación de ornamento geométrico se correspondía, según Worringer, con épocas de estrés ecológico, ocasionando un movimiento de retirada espiritual, de refugio interior. Pero para Monsieur Hulot, la fuente de la angustia es precisamente la geometrización del mundo, la vida sometida al yugo de la línea recta.

La tesis de Tatí contra la arquitectura moderna: «La gente no se siente feliz rodeada por todas partes de líneas geométricas» (1979), coincide plenamente con la que expresaba Hundertwasser (el monsieur Hulot de las artes plásticas) por esas mismas fechas. Curiosa coincidencia. Su Verschimmelungs-Manifest (Manifiesto del moho contra el racionalismo en arquitectura), alega consistentemente contra las consecuencias del totalitarismo antiornamental de Adolf Loos, el más conspicuo ideólogo del funcionalismo (Ornamento y delito, 1908), en las vidas de la gente corriente. Ese manifiesto de Hundertwasser es especialmente significativo porque procede de un pintor abstracto, de un artista tardomoderno.

Tener un enemigo común no convierte a Hulot-Tatí y a Hundertwasser en amigos. Hulot no hubiera colgado nunca en las paredes de su humilde morada un cuadro de Hundertwasser. A Hulot le irían más bien los bodegones y los paisajes, en estilo impresionista, si acaso. No obstante lo cual, a ambos les repugna por igual (y por idénticas razones) el racionalismo arquitectónico. Hundertwasser representa una abstracción de líneas curvas y colores intensos (una abstracción emparentada con el expresionismo). El funcionalismo, a menudo cromofóbico, representa una abstracción de líneas rectas (emparentada con el neoplasticismo).

Lo que que se considera abstracto varía mucho de un artista a otro, de una corriente abstracta a otra. Y en el interior de lo abstracto se da también una oposición más antigua y mayor que la de la línea recta contra la curva. Otra dialéctica que incluye tanto la tesis de Hulot y Hundertwasser contra Loos como la anterior y contraria, la de Loos contra la Wiener Secession. Y es la que enfrenta a los conservadores (incluso a los conservadores de lo reciente) contra los simpatizantes de lo inédito, aspirantes permanentes a la novedad sensual absoluta, enemigos del inmovilismo.